


Por: Almudena Villegas
El azar a veces nos conduce a disfrutar de extrañas sorpresas, y lo que uno jamás había imaginado, tiene la oportunidad de vivirlo sin más, de repente, jamás avisa. Por eso hay que estar siempre dispuesto a olvidarse del miedo, a caminar por algún recodo inesperado.
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Un Atardecer en la Mezquita-Catedral de Córdoba
Después de un día ajetreado, tenía previsto asistir a un acto en la mezquita-catedral de Córdoba. Nos habían convocado a última hora de la tarde, casi entrando en la noche. La ceremonia se iba a celebrar en el Patio de los Naranjos, un lugar arcano y especial, donde suena el agua y el empedrado hace que caminar sea un complejo equilibrio.
La tarde empezaba tormentosa, tronaba, y el albero ambarino que adorna el patio producía una alucinante sensación de dorado viejo. Los cipreses y los naranjos retemblaban, y el campanario, antiguo alminar, se recortaba sobre un cielo gris plomizo. Los invitados al acto se concentraban en una pequeña zona. No eran demasiados, y todos tenían ganas de verse. La gente charlaba animadamente y esperaban una importante entrega de premios. Nadie hacía caso al cielo, que ya avisaba.
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Cambio de Planes por la Lluvia
Estaba todo deliciosamente despejado. Habían cerrado el monumento para los asistentes al acto, así que ya no había turistas ni visitantes. Todas las puertas del patio se mantenían clausuradas hasta el día siguiente. Candados, puertas atrancadas y ni un alma. Las fuentes gorgoteaban mientras el viento azotaba con más fuerza a los juncales naranjos. Pronto la cadencia cambió, tintineaba, y empezaron a caer goterones de agua: llovía y tronaba con fuerza. Con tanta intensidad que enseguida avisaron que el acto se celebraría en el interior del edificio.
Carreras… la lluvia se hacía aguacero, retumbaban las tejas y salpicaban las gotas cuando estallaban sobre el suelo. Fuimos entrando en la Catedral. Oscurecía y apenas unas luces alumbraban los arcos dobles, creando una sensación de elevación desde el suelo, oscuro, hasta las pálidas luminarias que daban fuerza a los fajones almagra de las dovelas. Nos volvimos a sentar, el acto se inauguró en el interior con bastante orden, la gente tenía ganas de recibir-entregar y festejar los premios. Autoridades. Solemnidad. Palabras gentiles.
Una Decisión Prudente
Se había hecho tan tarde que decidí irme antes de que acabara el acto. A estas horas ya diluviaba, y yo apenas llevaba uno de esos diminutos paraguas que cubren poco y se vuelan con facilidad. Me pareció prudente.
Mirando al suelo, algo avergonzada por salir antes de tiempo, salí con paso ligero del lugar donde estábamos sentados. Caminé unos metros hasta donde me indicaron por cuál de las puertas debía salir. La mezquita es un edificio con innumerables puertas, cada una con su nombre, me tocó la de San Miguel, uno de los cierres laterales. Entonces empecé a sentir algo especial, algo único que quizás había percibido otras veces, una memoria lejana que olvida el lugar, pero mantiene el recuerdo.



Un Encuentro con la Historia
Con excepción de aquel grupo de personas en una de las esquinas, de la que me alejaba, el lugar estaba totalmente vacío. Podía oír el ritmo de mis zapatos y el eco de mi respiración. El ambiente se hizo ligero, en medio de una oscuridad casi total en la que flotaba bajo los arcos. Los rostros de los santos y los angelotes saltaban desde su lugar y sonreían. El mihrab brillaba a lo lejos en medio de la noche, el oro sonaba bajo la cúpula ¿han oído alguna vez como canta el oro? En la mezquita de Córdoba es posible, pero no canta para todos. Continué caminando: escuchar mis pasos rítmicos entre el silencio y la oscuridad me llevaba a una sensación de estar fuera del tiempo. No me habría extrañado encontrar al mismísimo Abderramán III, paseando lentamente bajo los arcos o incluso a la mística santa de las santas, Teresa de Jesús, cuya escultura pude ver refulgiendo en la oscuridad.
La Magia de la Mezquita
Vagué disfrutando de esa sensación extraña y maravillosa, de vivir un tiempo que no era el mío aún calzada en mis propios zapatos. El ritmo de la lluvia sobre las cubiertas acompañaba la extraña experiencia. Todo estaba vivo, la mezquita está repleta de vida aún una noche oscura y en soledad. Y el visitante puede gozar de esa experiencia algo sobresaltado, si es capaz de ver la realidad con otros ojos. Fui zigzagueando, respirando el mágico ambiente, la historia incrustada entre sus mármoles, entre los capiteles romanos y los modillones de rollo, entre los restos de los santos mártires y las sepulturas de reyes, escritores, cardenales y religiosos. El mundo andalusí temblaba suavemente bajo aquella sensación.
El Regreso a la Realidad
De repente, el mágico misticismo que me había mantenido fuera del tiempo se rompió: “señora, puede salir por aquí”, me indicó alguien. Un golpe de viento, una puerta semiabierta, aire frío en el rostro… salí de la mezquita y de mi singular experiencia, recordando cada minuto que había gozado de algo especial, mientras andaba por la ciudad vacía con la lluvia calándome los pies.