En el roadtrip de hoy, descubriremos la costa de Portugal desde Lisboa hacia el norte en un viaje improvisado que nos llevó a conocer preciosos rincones y parte de la cultura
Nunca había estado en Portugal, así que mi madre y yo reservamos unos días para pasarlos juntas en el país vecino. Cogimos carretera, pero no manta, pues era un caluroso verano, y fuimos del País Vasco a Portugal entrando en el país por Guarda, un hermoso municipio situado a tres horas de la capital. Desde allí, como si persiguiéramos al sol que ya se estaba escondiendo, nos dirigimos a Lisboa. En total fueron nueve horas de viaje que realizamos con una única parada para repostar.
Por: Izaskun Zubillaga
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Las primeras noches de nuestro viaje las pasamos en un hostal en Lisboa. Lo especial de los hostales es la cantidad de personas provenientes de diferentes partes del mundo que puedes conocer.
El primer día en la capital lo dedicamos a caminar por sus calles. A primera hora, nos dirigimos hacia el centro histórico de la ciudad. Esto supuso subir incontables escaleras y cuestas, parándonos cada poco para descansar y, al mismo tiempo, empaparnos de la historia de la ciudad a través de su arte callejero. Todo para ver el impresionante Castillo de San Jorge que, situado en lo más alto, permite disfrutar de unas maravillosas vistas de Lisboa. Decidimos no entrar, pues nuestra idea era ver todo lo que pudiéramos de la ciudad y los alrededores en los pocos días que pasaríamos allí. Así que, tras descansar a las puertas de las murallas con la música de artistas callejeros de fondo, continuamos nuestra ruta turística, esta vez escaleras abajo, por las antiguas calles del Barrio de la Alfama desde donde pudimos admirar las impresionantes vistas de la ciudad con otra perspectiva.
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Gira
Caminando, llegamos al barrio de Baixa Pombalina, zona baja de la capital que adopta el nombre de Pombalina del marqués de Pombal, quien mandó reconstruir la ciudad tras el devastador terremoto de Lisboa en 1755. En este barrio, se encuentra la conocida Plaza del Comercio. Me sorprendió, por un lado, lo grande que es y, por otro lado, la sensación de libertad y amplitud que me transmitió por el hecho de estar abierta, regalando una gran vista al río Tajo con la Playa Fluvial de la Ribeira das Naus.
Después de admirar la arquitectura de los edificios que rodean la plaza, continuamos nuestro camino por la Rua Áurea y llegamos a la Plaza Pedro IV, popularmente conocida como Rossio. Estar de pie ahí sabiendo que era el lugar donde, además de celebrarse espectáculos, festivales e, incluso, un circo, también tenían lugar juicios y autos de fe durante la inquisición, hacía que me recorriera un escalofrío por el cuerpo. Incluso sabiendo que, al igual que el resto de la ciudad, fue remodelada de cero tras el terremoto de Lisboa. De hecho, fue el primer lugar en la ciudad que adoquinaron con azulejos formando dibujos, algo que se ha convertido en el típico empedrado portugués.



Siguiendo nuestra ruta, llegamos al barrio del Chiado. Las calles amplias y construcciones limpias y claras de este barrio distan mucho del aspecto callejero de Alfama. Aun así, el Chiado también está lleno de arte y cultura albergando teatros, museos y cafeterías homenajeando a poetas como Fernando Pessoa. Llegar a Chiado me trasladó temporalmente a una película de época en la que, en lugar de los medios de transporte actuales, se veían carros tirados por caballos.
Subiendo de nuevo escaleras y cuestas, visitamos el pintoresco Barrio Alto cuyas calles están llenas de vida con sus cafeterías y bares. Y desde ahí, quisimos acercarnos al Puente del 25 de abril. Lo veíamos en la distancia y no creímos que estuviera tan lejos, así que, con calma, sin perder de vista el Tajo y bajo el sol abrasador, fuimos para allí. Nos llevó más de una hora, pero finalmente llegamos, vimos la estatua de Cristo Rey y volvimos al hostal para descansar y recuperar fuerzas para el día siguiente.
El segundo día cogimos el coche para explorar más lejos. La primera parada fue en la torre de Belem, situada en la desembocadura del Tajo. Se trata de una construcción militar de piedras accesible por un puente. Cuando llegamos nosotras estaba cerrada, pero se puede visitar. Me resultó curioso el hecho de que, al estar rodeada de agua y tener arena en algunas zonas, la gente se baña como si se tratase de cualquier playa.
Quisimos visitar Sintra, un pequeño pueblo situado cerca de Lisboa, al norte, ya que habíamos oído que era muy bonito y merecía la pena. Así que, desde Lisboa, nos dirigimos allí. Después de dar muchas vueltas y comprar un mapa, antes de que nos diéramos por vencidas, conseguimos entrar en el pueblo, pero no aparcar. La próxima vez, iremos en transporte público.
Así que, tras nuestra visita frustrada a Sintra, decidimos ir a la Playa de Guincho, en el municipio de Cascais. Conocida por sus perfectas condiciones para el surf, es una hermosa playa rodeada de verde. Allí paramos para respirar y comer con vistas al mar antes de disfrutar de Boca do Inferno, una sima donde el agua del mar entra con fuerza en unas cuevas dando un grandioso espectáculo.



No tardamos en enamorarnos de la ciudad a pesar de que no tuvimos mucho tiempo para disfrutarla
Oporto
Oporto tiene una luz especial. Así nos lo pareció nada más llegar. El hotel en el que nos hospedamos era pequeño y parecía muy antiguo. Sin embargo, fue muy agradable la estancia también gracias a los señores que lo regentaban con tanta amabilidad y humildad.
No tardamos en enamorarnos de la ciudad a pesar de que no tuvimos mucho tiempo para disfrutarla. El simple hecho de caminar por sus calles observando las coloridas fachadas cubiertas por azulejos nos fascinaba. Esas fueron las razones de que nos dejáramos llevar.
Noches Fetén en el Hotel Bodega Finca de los Arandinos
Y así, disfrutando de la ciudad, nos encontramos con la hermosa fachada de azulejos azules de la Iglesia dos Carmelitas frente a la imponente Universidad de Oporto. Más adelante, miramos arriba para ver la Torre dos Clérigos y, mientras nos deleitábamos con la musicalidad de las campanas, descubrimos el Centro Portugués de la Fotografía. Como amante de este arte, teníamos que visitarlo y fue en su interior donde nos sorprendimos al descubrir que el edificio era una antigua cárcel. Mientras leía sobre la historia del lugar, observaba algunas fotografías y pisaba algunas celdas, se me erizaba la piel. Me fascinó.
La vuelta a casa la hicimos por la costa del Cantábrico, disfrutando de los hermosos pueblos del norte de nuestro país
Para terminar el día, nos subimos en un tranvía de aspecto muy clásico, de madera, con un conductor realmente simpático, uniformado como de otra época para ver el atardecer desde el Faro de Felgueiras. Un broche perfecto para cerrar nuestra visita a Oporto, aunque tuvimos que volver antes por el frío que hacía en el faro, incluso para ser verano. (Nota mental: lleva siempre un jersey en la mochila).
La vuelta a casa la hicimos por la costa del Cantábrico, disfrutando de los hermosos pueblos del norte de nuestro país. Sobre ellos te hablaré en otro número de la revista Fetén. Por ahora me quedo con los momentos tan especiales que compartí con mi madre en Portugal, los lugares tan bonitos que disfrutamos juntas y las personas tan interesantes que conocimos por el camino.