De repente, lo rural está de moda.
Y no lo decimos con cinismo: lo celebramos. Volver al campo, a la naturaleza, al ritmo lento. Cambiar el claxon por el canto del gallo. Despertarse con bruma y desayunar con vistas a un valle, en vez de frente a un semáforo. Sí, todo eso es un auténtico lujo.
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SuscribirmePero —porque siempre hay un pero— no todo lo que lleva el apellido rural ni el adjetivo lujoso merece ese título. Porque ahora que florecen casas rurales como setas en otoño, también florecen los espejismos: herencias reconvertidas en alojamientos con encanto… pero sin aislamiento térmico, sin un grifo que no gotee, sin una cama que te abrace, sin una ducha que dé presión.
Hay quien cree que pintar contraventanas de azul pastel y poner tres lavandas secas sobre la cómoda ya es suficiente para hablar de “lujo rural”. Pero el verdadero lujo no es (solo) estético. Es funcional. Es sensible. Es silencioso.
Revistas Fetén
Lo rural es precioso. Pero si lo llamas lujo, haz que lo sea.
Porque una chimenea que no tira, una ducha fría en diciembre, una mosquitera ausente en agosto, o un wifi que se apaga si hay niebla, te pueden arruinar la desconexión. Y desconectar debería ser un derecho sagrado del huésped fetén.
Sí, estamos en el campo. Claro que hay insectos. Y olores. Y humedad. Pero si me dices que es lujo, entonces quiero sábanas limpias, café bueno por la mañana, confort térmico, silencio de verdad —no el de una reforma sin aislamiento acústico— y, sobre todo, coherencia.
Porque no se trata de querer un cinco estrellas en medio de un viñedo. Se trata de que si lo llamas refugio, me abrace.
Y si lo llamas lujo, no me haga añorar mi baño de ciudad.
Menos “inspiración Pinterest”, más criterio.
El turismo rural está en auge, sí. Pero no vale con colgar una hamaca en el pajar y subirlo a Instagram.
El viajero de hoy busca autenticidad. Pero también quiere dormir bien. Comer mejor. Y no tener que elegir entre una experiencia estética y una experiencia cómoda.
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Y os diremos algo más: el lujo puede oler a tomillo, puede tener tejas viejas y una cabra cerca… pero si te lo venden como lujo, que te lo den.
Porque entre la vaca y el váter hay matices. Y nosotros, lo sentimos, tenemos el olfato fino.