El duelo por un compañero de vida de cuatro patas es, quizá, uno de los silencios más grandes de nuestra sociedad. Se habla, y con razón, del duelo por las personas que amamos, pero apenas se reconoce el vacío inmenso que deja la marcha de ese ser que nos ha acompañado a cada paso, en cada rincón, en cada gesto cotidiano.
En nuestro caso, el nombre de ese vacío es Noa. Decir que era un animal es reducirla a algo que no era. Noa fue nuestra compañera, nuestra familia, nuestra alegría, nuestra calma y nuestra guía. Vivió dieciséis años y medio, con una calidad de vida que siempre agradecimos y celebramos, y aun así, su tiempo fue demasiado corto. Porque su vida entera cabía en un fragmento de la nuestra, pero ocupaba todos nuestros días, todas nuestras horas, todos nuestros espacios.



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El corazón tiene espacio para todos
He perdido a mis padres y a seres queridos muy importantes en mi vida. Sé lo que es el duelo humano. El vacío que deja la huida que nunca entendemos de cerrar. Pero hoy escribo desde otro lugar, desde la pérdida de Noa, mi compañera de vida durante dieciséis años y medio.
En el corazón hay espacio para todo: para los padres, para los amigos, para los amores y, también, para estos compañeros que caminan a nuestro lado. No se trata de comparar dolores, sino de entender que el corazón no conoce jerarquías. Cada pérdida se lleva un pedazo de nosotros. Y, sin embargo, esta pérdida duele de una manera distinta, porque es un desgarro cotidiano: eran sus ojos cada mañana, sus pasos detrás de los míos, sus silencios compartidos. Es el hueco en la rutina diaria lo que hiere con tanta fuerza.



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SuscribirmeEl respeto que necesitamos
De este duelo se habla poco. Quien nunca ha convivido con un ser así a veces no lo entiende, o no quiere hacerlo. Y a los que lo sentimos, nos toca vivirlo en silencio, midiendo con quién compartimos ese dolor. Igual que en vida se nos ponían trabas para entrar con ellos en muchos lugares, en su ausencia también encontramos dificultades para expresar lo que realmente significa.
Por eso es tan necesario respetarlo, que cada persona transite el duelo como puede, y todo ese respeto ayuda a suavizar, minimizar o normalizar este dolor. Ojalá aprendamos a ser una sociedad más amable, consciente de la importancia de vínculos únicos, de que cada despedida merece ser vivida con dignidad.
Un legado de amor y de luz
Sí, al dejar estos compañeros nos dejan amor. Un amor que llena la casa, que acompaña las rutinas, que da sentido a los días. Y, cuando se van, lo que nos queda es ese aprendizaje silencioso que han tejido dentro de nosotros.
Es un legado inmenso, sí, pero también una herencia luminosa.
Este artículo no es solo un homenaje a Noa, nuestra pequeña, sino también un abrazo a todos los que transitan por este mismo camino. Porque no estamos solos. Porque, aunque la ausencia duela, la presencia sigue de otra manera. Noa sigue siendo luz, sigue siendo presencia. Ella era, es y será eternamente un ser de luz.