Hace algo más de una década, tuve la fortuna de viajar al pie del Monte Sinaí, en Egipto, y visitar con mis propios ojos y mi propia alma el Monasterio de Santa Catalina. Fue un viaje profundamente sensorial: el silencio de las montañas, el aire seco, el murmullo de los rezos y esa sensación indescriptible de estar en un lugar donde el tiempo parece haberse detenido.
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Allí, en pleno corazón del Sinaí, descubrí lo que la historia y los libros siempre contaron, pero que solo se entiende al estar presente: un rincón sagrado para las tres religiones monoteístas —cristianismo, islam y judaísmo— que conviven en paz bajo el mismo cielo. Y lo más sobrecogedor fue sentir que esa convivencia no es solo una idea, sino una realidad vivida cada día por quienes custodian el lugar.
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Revista Fetén



Historia viva entre montañas
El monasterio fue fundado en el siglo VI por el emperador Justiniano I y desde entonces nunca ha dejado de estar habitado. Se levanta justo al pie del Monte Sinaí, también conocido como Jebel Musa, donde según la tradición Moisés recibió los Diez Mandamientos.
Dentro, se encuentra la Capilla de la Zarza Ardiente, que aún se venera como símbolo de la revelación divina. Y más allá de su dimensión espiritual, el monasterio guarda una de las bibliotecas más antiguas en uso continuo del mundo, con manuscritos en griego, árabe, siriaco, georgiano… verdaderos tesoros de la humanidad.



Un lugar de encuentro y respeto
Durante nuestra visita, no solo quedé impresionada por los muros de piedra y los iconos bizantinos, sino por la atmósfera de respeto y diálogo que se respira. El monasterio custodia el famoso Ashtiname, el pacto por el que el profeta Mahoma garantizó la protección de los monjes cristianos. Esa tradición de tolerancia ha permitido que, durante siglos, musulmanes, cristianos y judíos reconozcan este valle como un espacio común.
En un mundo convulso y triste, con conflictos que parecen no tener fin, la experiencia de haber estado allí me lleva a preguntarme: si aquí, en un rincón del Sinaí, pueden convivir las tres religiones en paz, ¿por qué no podría lograrse en otros lugares del planeta?
La paz que se siente
Recuerdo caminar por los patios, escuchar el crujir de la grava bajo mis pies y contemplar las montañas rojizas que rodean el monasterio. No era solo un viaje cultural o espiritual, era un viaje al interior de uno mismo. Esa paz que se embarga en el aire del Sinaí permanece conmigo todavía hoy, y quizá sea el mejor recordatorio de que el lujo auténtico no siempre está en un hotel de cinco estrellas, sino en la experiencia de sentirnos parte de algo más grande, más humano y más trascendente.
Por: Conchi Castañeira
Directora de Revista FETÉN