Nos adentramos en los orígenes de una de las tradiciones navideñas más arraigadas en España, como es la de comer las «doce uvas de la suerte» en Nochevieja.

Esta costumbre, que nació en la Península Ibérica, pero que actualmente se celebra en lugares como México, Venezuela, Bolivia, Perú, Ecuador, Chile, Colombia o Costa Rica se ha convertido en un rasgo cultural muy particular y característico de todos estos países, y parece remontarse a los últimos años del siglo XIX.

Lo cierto es que resulta complicado explicar de dónde viene la creencia de que comer 12 uvas (una por cada mes del año) en la noche del 31 de diciembre nos ayudará a tener un año más próspero, y tampoco queda muy claro desde qué momento se empieza a generalizar este ritual. Sin embargo, si buceamos un poco entre las páginas de los periódicos nacionales, vemos que a la altura de 1894, un artículo del diario El Imparcial hablaba de una costumbre procedente de Francia conocida como las “uvas bienhechoras”, una moda que se trasladó a nuestro país desde varios años atrás y que para aquel entonces ya tenía bastante arraigo.

De hecho, otro medio de comunicación como El Correo Militar se hacía eco, ese mismo día, de la celebración de esta tradición entre las familias españolas. Tan sólo un año después, en 1895, el propio Presidente del Consejo de Ministros celebraría el fin de año rodeado de los suyos y comiendo las doces uvas, además de brindando con champán, aunque todo parece indicar que el alto precio de algunos de estos productos haría que fuera una tradición reservada a las clases más pudientes y acomodadas.

Es por ello que habríamos de esperar unos años para ver cómo el resto del pueblo llenaba la Puerta del Sol de Madrid para comer su racimo al son de las campanadas, y lo más probable es que este cambio tuviera bastante que ver el bando del alcalde Abascal de 1882, que impuso una cuota de 5 pesetas a todo aquel que quisiera disfrutar del recibimiento de los Reyes Magos, otra de las grandes tradiciones españolas navideñas.

Este gesto sería considerado por los habitantes de la capital como una ofensa al privarlos de un día más de fiesta, y su descontento, unido a un intento de emular de manera irónica a la sociedad burguesa, llevaría a un grupo de madrileños a lanzarse a la calle a celebrar la Nochevieja entre el jolgorio del que se les había privado y a la manera en que lo hacían las clases más adineradas. Su ejemplo sería imitado cada vez por más gente hasta que no sólo la céntrica plaza madrileña se llenaría de gente en estas fechas, sino que también otros muchos puntos de España adoptarían esta nueva tradición.

La propia prensa de la capital ya la mostraba en 1898 esta tradición como un fenómeno típicamente madrileño e invitaba al resto de los habitantes de la ciudad a unirse al festín de las llamadas «uvas milagrosas» bajo el reloj de la Puerta del Sol. Y poco a poco, a lo largo de los primeros años del siglo XX, el resto de provincias y ciudades españolas irían siguiendo el ejemplo, hasta que finalmente acabase adquiriendo el carácter de tradición nacional que actualmente tiene.

No obstante, si bien es esta la explicación más aceptada, no se trata de la única, ya que hay quienes señalan que su celebración se remonta a 1909 y que se debió, fundamentalmente, a una sobreproducción vitícola a la que había que dar uso y comercializar, incentivando así su consumo y ligándola a la idea de que traerían buena suerte con el fin de calar más profundamente entre la sociedad.

Aunque la mayoría de las fuentes de que disponemos señalan en la dirección de la primera explicación que hemos ofrecido, por lo que esta última no se ha tenido muy en cuenta. En cualquier caso, no se puede negar el paulatino aumento de la popularidad de este fenómeno, hasta el punto de que hoy costaría imaginar algunas de las plazas mayores de las ciudades más importantes de nuestro país sin el murmullo de sus habitantes y el bullicio y los festejos pertinentes. Más aún cuando, desde los años 60, la televisión se hizo eco de ello y RTVE empezó a retransmitir de manera oficial las “12 campanadas”.

Como podemos imaginar, aquellos muchos españoles que a lo largo del tiempo labraron una nueva vida en Latinoamérica llevaron consigo esta costumbre, que se iría introduciendo en cada uno de estos países y mezclándose con otras prácticas y tradiciones autóctonas también relacionadas con los buenos augurios y la búsqueda de la prosperidad para el próximo año.

Por lo tanto, aquello que hoy es la tradición popular más extendida en nuestro país y un ritual prácticamente ineludible en cada hogar y cada plaza de España parece ser que nació como una costumbre más propia de la burguesía que copiaba la moda que veía en Francia durante sus viajes y que en tono de burla adoptó el resto del pueblo. Una burla que, con un sentido muy diferente, llega hasta nuestros días y supone una de las más curiosas y peculiares de nuestras costumbres navideñas.

Fuente: Descubrir la historia.