Por: Marian Pérez

“Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros, ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros, lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso de mí murmuran y exclaman: Ahí va la loca soñando con la eterna primavera de la vida y de los campos, y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos, y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado”.

Rosalía de Castro

Amanece otro luminoso día de verano en las Rías Baixas, el puerto de Bueu está impregnado de esa luz que solamente  en la Ría de Pontevedra podemos admirar.

Un paseo frente a la tranquila playa, escuchando las gaviotas y el trasiego de lugareños y visitantes. Hago tiempo para embarcar a un destino cercano pero mágico:

Nuevo Nº Marzo 2021

La isla De Ons.

El catamarán de la naviera está arribando ya en el muelle, varios operarios y furgonetas cargadas hasta arriba de provisiones esperan para comenzar un día más de trabajo.

En fila, y expectantes por el ambiente matutino, nos encontramos una buena cantidad de turistas madrugadores y algún trabajador somnoliento, todos con mismo destino.

En la mano mi autorización de la Xunta, sacada con antelación para poder acceder al Parque Nacional Marítimo Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia.

Además de Ons, este parque lo forman las Islas Cíes, Sálvora y Cortegada.

Mochila y embarcamos con puntualidad. Allá voy.

Son unos cuarenta minutos de travesía, con unos cuantos grados menos que a pie de playa, la brisa de alta mar se hace notar. Vamos sorteando bateas y botes, divisando playas blancas y bosques verdes. Olas suaves en un Atlántico que se deja querer.

Según vamos navegando ‘’hacia poniente’’, y casi haciendo de puerta a la ría, diviso la silueta de nuestro paradisíaco destino; los 4.458 kilómetros cuadrados vistos con perspectiva  invitan al desembarco y a descubrir lo que Ons puede ofrecer.

En ese momento intuyo que no será poco.

La isla de Ons, junto a la de Onza y otros pequeños islotes, forma parte del  llamado Archipiélago de las Ons.

Nacho Guerreros

Nº Diciembre 2020

Gratuito

LA ISLA DE ONS, JUNTO A LA DE ONZA Y OTROS PEQUEÑOS ISLOTES, FORMA PARTE DEL LLAMADO ARCHIPIÉLAGO DE LAS ONS

Desembarco poco a  poco, en riguroso orden y sin prisas, he llegado en el primer barco del día y eso da la seguridad de verlo todo original, puro, sin sombrillas, toallas ni jaleos propios de lugares menos idílicos.

Una vez en tierra me voy acercando hasta las primeras casas que veo, la aldea de ´O Curro´  me da la bienvenida tras subir una importante pendiente. 

Allí se encuentran los restaurantes, tiendas y puestecillos de `joyas´ que encontraremos en todo el territorio, habitaciones para pasar la noche e incluso alguna casa isleña de alquiler. Otra opción a tener en cuenta para pernoctar en la isla será acercarnos hasta el camping, el primero auto-sostenible de Galicia, con modernas tiendas de lona para practicar el Glamping.

Yo he decidido volver `al continente´ el mismo día, pero pasar aquí una noche o más tiene que ser un auténtico placer.

Perfecta excusa para volver.

En la aldea voy contemplando las casas de pescadores, la pequeña capilla en honor a San Joaquín, las antiguas escuelas o la fábrica de salazón.

El Centro de Visitantes está aquí situado.

Desde este punto salen varias rutas habilitadas con caminos. Yo elijo una circular, que durante las próximas tres horas hará que sepa lo que Fenicios, Celtas o Normandos -entre otros- sintieron en la antigüedad al arribar en estas abruptas costas entre asedios y saqueos piratas.

Sigo andando y llego al alto del Cucorno, a 128 metros sobre el nivel del mar.

Hace siglos encendían hogueras para señalar la proximidad a esta peligrosa zona, hasta que en abril de 1865 se encendió el Faro de Ons, siendo uno de los más grandes de España. Recubierto de impolutos azulejos blancos, está dotado de paneles solares para crear  energía fotovoltaica y un haz de luz de 25 millas náuticas de alcance.

Las hogueras pasaron a la historia, más bien a la prehistoria, ya que los restos de Castros indican que en esa etapa la isla ya estaba habitada, probablemente gracias a la abundancia de agua potable.

Los actuales habitantes, unos 80, mantienen sus arraigadas costumbres como pescadores, si bien el turismo los ha hecho evolucionar hacia ese sector.

La Isla fue propiedad de la iglesia hasta el siglo XVI cuando fue donada a los nobles de la familia Montenegro. Tras pasar por diversas manos, en la guerra civil fue expropiada por el gobierno y en 1982 pasó a ser del gobierno regional de Galicia.

Los habitantes de la isla no son propietarios de sus tierras, pero las quieren y cuidan como si lo fueran.

Lo que sí poseen es una cultura rica en mitos, como el de la Santa Compaña, procesión de ánimas y otros fomentados por los largos meses de soledad sin servicios médicos, que les hizo desarrollar un gran conocimiento sobre plantas y productos naturales.

EL BURACO DO INFERNO, ENTRE BREZOS MORADOS Y TOXOS AMARILLOS

Como ejemplo de estas supersticiones y leyendas estaría el Buraco do Inferno, situado al sur, entre brezos morados y toxos amarillos. Es una formación geológica creada por la fuerza del potente Atlántico, que deja ver la mar a 45 metros de profundidad…

… O escuchar lamentos de almas en la entrada al infierno.

Los caminos me van conduciendo arriba y abajo entre espectaculares acantilados que cortan la respiración por la altura y por las infinitas vistas al horizonte.

La ruina de una fortificación defensiva ahora convertida en mirador, Do Castelo, me deja claro que  estoy en uno de los importantes tesoros que poseen las  Rías Baixas.

Mi paso es ligero para intentar llegar pronto a la playa de Melide, con su agua cristalina y su arena blanca. Está fría como el hielo.

Hay varias playas más para elegir, pero esta me ha elegido a mi. 

Bañarse en este mar es toda una experiencia, cuesta infinito sumergirse pero, una vez superado el impacto inicial, es sumamente gratificante.

Qué lujo poder disfrutar casi en soledad de este enclave natural que en pocos minutos perderá parte de su encanto.

Es una playa nudista pero, curiosamente, las personas vestidas y bien perpetradas con pesadas neveras rebosantes de comida y bebida van llegando… Teniendo en cuenta que no hay papeleras en el parque natural, me parece un gran despliegue de posibles residuos.

Confío  en que se lleven todo de vuelta. Mientras tanto, los barcos siguen arribando.

Inicio mi retorno, contemplo un curioso cormorán. Voy sacando más fotos y ordenando en mi cabeza todo lo que he visto.

Llego a la aldea y compruebo el horario de vuelta en mi billete. Perfecto, me queda tiempo para descubrir el siempre interesante tema gastronómico.

La representación de productos de la zona es sublime; los percebes que veo destacan entre los mariscos del día, una olorosa caldeirada de pulpo, churrasco listo para ser llevado a mesa con su pan de centeno recién hecho… y todo ello regado con vinos de calidad o la siempre presente rubia gallega. Los postres  son para quedarse a vivir para siempre…y con esas vistas.

Me decanto por una colorida empanada de maíz -¡con zamburiñas!-, para no perder tiempo sentada en una mesa… pensando ya en la cena que tengo a mi vuelta reservada en Bueu.

Si es que el eterno verano gallego está hecho para ser aprovechado a tope…

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