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    Noche de Difuntos y Halloween: cuando las tradiciones se encuentran

    Cada 31 de octubre, las calles se llenan de calabazas talladas, disfraces y luces que anuncian la llegada de Halloween, una celebración que ya ha cruzado océanos y fronteras para instalarse, poco a poco, también en nuestro calendario. Pero al mismo tiempo, en España, seguimos encendiendo velas, llevando flores y recordando a quienes ya no están con nosotros. Porque aquí, el 31 de octubre y el 1 de noviembre ,Noche de Difuntos y Día de Todos Los Santos— siguen teniendo un lugar muy especial en nuestra memoria colectiva.

    Lejos de ser opuestas, ambas tradiciones comparten un mismo hilo invisible: el vínculo con la muerte, el recuerdo y la necesidad humana de mantener viva la conexión con lo que fue.

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    Halloween: una noche que nació del fuego celta

    La raíz de Halloween no es norteamericana, aunque lo parezca. Su origen está en la festividad celta de Samhain, que marcaba el final de la cosecha y el inicio del invierno. Los celtas creían que esa noche los espíritus podían cruzar al mundo de los vivos, por eso encendían hogueras y se disfrazaban para protegerse o confundir a las almas errantes.

    Con el tiempo, los irlandeses llevaron esta tradición a Estados Unidos, donde se mezcló con elementos cristianos y se convirtió en lo que hoy conocemos: una fiesta popular, alegre y llena de símbolos, desde las calabazas hasta el “trick or treat”.

    Hoy, Halloween ha pasado de ser una fiesta importada a una oportunidad para celebrar la creatividad, la diversión y, por qué no, el misterio. Porque si algo fascina al ser humano desde siempre, es lo desconocido.

    Noche de Difuntos y Todos los Santos: el recogimiento que permanece

    En España, nuestra tradición tiene otro tono, más íntimo y espiritual. La Noche de Difuntos, el 31 de octubre, y el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre son fechas dedicadas al recuerdo.

    A visitar los cementerios, adornar las tumbas, encender velas y recordar con cariño a quienes fueron parte de nuestra vida.

    Es también una noche literaria y poética: Gustavo Adolfo Bécquer la inmortalizó en su leyenda El Monte de las Ánimas, y desde entonces, la Noche de Difuntos tiene un halo de melancolía, de romanticismo gótico que sigue inspirando.

    En los pueblos, aún se escuchan historias al calor del fuego, se comen huesos de santo y buñuelos de viento, y se celebra la vida recordando a los que se fueron.

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    México: la vida más allá de la muerte

    Y si cruzamos el Atlántico, nos encontramos con una de las celebraciones más bellas del mundo: el Día de Muertos en México.

    Una mezcla de raíces indígenas y católicas donde el recuerdo se convierte en color, música y ofrendas. Allí, la muerte no se teme, se abraza.

    Las familias decoran altares, colocan flores de cempasúchil, pan de muerto y fotografías de sus seres queridos, porque creen que esas noches los difuntos regresan para compartir de nuevo la vida con ellos.

    Es la misma idea que late en el fondo de todas las tradiciones: el amor no termina, solo cambia de lugar.

    La convivencia de las tradiciones

    Hoy, Halloween y el Día de Todos los Santos conviven sin problema.

    Podemos disfrazarnos y divertirnos con amigos, pero también visitar a nuestros seres queridos o encender una vela en casa.

    No hay contradicción en ello. La cultura no excluye, la cultura suma.

    Cada tradición tiene su belleza, su lenguaje y su manera de recordarnos que somos finitos, pero también eternos en la memoria de quienes nos aman.

    Y, al final, recordar no pertenece a un calendario: se puede —y se debe— hacer los 365 días del año.

    Porque la memoria también es cultura

    Halloween, Todos los Santos, la Noche de Difuntos, el Día de Muertos… nombres distintos para un mismo gesto universal: honrar la vida a través del recuerdo.

    Y eso, en el fondo, es lo más FETÉN que existe: mirar al pasado con respeto, al presente con gratitud y al futuro con esperanza.

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