
Miguel Angel Bounarroti es eterno. Como eterna es su huella en Florencia y Roma, ciudades también inmortales en la historia y en el arte, quizás en gran parte por este genio solitario y febril.

Se cuenta de él que no esculpía, si no que se limitaba a retirar la piedra que aprisonaba su obra, que siempre estuvo allí oculta. Dormía abrazado al busto del Belvedere como un niño duerme abrazado a su mascota, o a su sueño más amado. Calzaba sandalias de monje y vivía con los votos más austeros que se pueden imaginar para un hombre de carne y hueso. Nos intriga, nos apasiona, nos seduce, nos embauca, nos lleva al infinito y nos hace sentirnos terriblemente pequeños. ¿Quién puede homenajear esto?, ¿quién puede documentar o contar esto?
La película retrata el recorrido de su obra a través del personaje del historiador del arte y contemporáneo Giorgio Vasari (el célebre autor de “Las Vidas”) y del propio Miguel Angel narrando la técnica empleada por éste para enfocar su trabajo. Admito que me hubiera gustado llegar a conocer mas profundamente su forma de sentir y de vivir, descubrir al Miguel Angel mas humano, pero he podido disfrutar de la belleza de los planos que le han dedicado a sus obras mas emblemáticas de manera intensa. Contemplar el David y su mas honda anatomía o pasear por la bóveda de la capilla sixtina y descubrir como fue el proceso del artista para pintarla es un maravilloso viaje a los límites de las posibilidades humanas. Así que eso, ya es un éxito
Salgo fascinada e insatisfecha. Con ganas de seguir al genio de Caprese, allá donde esté. Le debo a la película este impulso íntimo e ilusionante.
Gracias Miguel Angel Infinito